P E R S O N A

Pista de Despegue

  • Dar el salto: desde el mimetismo a la creatividad, de la coacción a la espontaneidad, de la obediencia a la a real gana, del anonimato al protagonismo.
  • En el mundo interior de las personas es donde Dios ha situado lo más bello y más maravilloso de su creación.
  • La vida de cada persona consiste en huir de sus miedos y caminar hacia sus aspiraciones. Va hacia y huye de.
  • La fuente de la libertad y la alegría está en uno mismo.
  • Nadie debe invadir las «aguas jurisdiccionales» de la persona (su «halo», su círculo más íntimo).
  • Cada persona ansía descubrir la parte soleada de su yo: identificar lo más personal de su realidad de persona, su estructura de identidad.
  • El bien y el mal sólo pueden valorarse, enjuiciarse, desde la perspectiva del hombre; o mejor dicho, en relación a él.
  • El hombre es un proceso de procesos, procesándose; una realidad de realidades que se va realizando.
  • No se es cristiano ni se es persona; se va siendo.
  • «Hoy el camino de la Iglesia es el hombre» (Juan Pablo II).

Ponencia Nº 1

El concepto persona es, sin duda, uno de los componentes esenciales, sino el primordial, del pensamiento Fundacional de Cursillos.

Si hoy celebramos el cincuenta aniversario del inicio del Primer Cursillo, nuestro gozo solamente tiene sentido si, entre tanto, el Movimiento que aquí nació entonces ha facilitado que más de medio millón de personas hayan conocido el valor y el sentido de no ser simplemente un individuo, un ser humano más, sino ser persona.

Es casi innecesario destacar que en estas Conversaciones no pretendemos hacer teología sino una mera reflexión seglar compartida. Por ello, quizá convenga indicar desde el principio que siempre nos referiremos al término persona en cuanto persona humana y no entraremos en distinciones escolásticas o teologales entre persona humana y divina aunque, sin duda, en un pensamiento impregnado de fe no puede dejar de latir la imagen y la semejanza y, al propio tiempo, la alteridad de un principio que nos acerca sustancialmente al Todo.

Desde esta perspectiva, es enormemente revelador observar cómo en el pensamiento laico la identificación del hombre, del ser humano, ha ido marcando una progresión manifiesta hacia nuestro concepto de ser persona.

Sin duda, podemos partir del concepto clásico del pensamiento griego del hombre como «animal racional». Queremos destacar que, desde nuestro pensamiento actual, no rechazamos en lo más mínimo esta definición clásica. Nosotros gozamos en la identidad del ser humano como ser vivo unido al resto de la naturaleza en una auténtica ósmosis que hoy denominaríamos ecológica, consciente de su ser animal, respondiendo a estímulos e instintos ancestrales y buenos en sí mismos, dirigidos esencialmente a la continuidad de la vida, de la especie y a la consecución de lo que llamamos el bienestar. Sigue cuadrando impecablemente con lo que entendemos por ser persona.

Muchas veces los cristianos tendemos a despreciar un poco a los que no son cristianos y conviene que nos centremos en ver toda la densidad de la verdad algo que al fin y al cabo es obra de Dios.

De ahí que el mensaje profundo de Cursillos se incluya en el rechazo claro a las actitudes de angelismo de quienes pretenden una humanidad poblada de seres que, por sublimación o por ejercicio ascético, hayan dominado de tal forma sus instintos que no sean capaces de disfrutar con los goces normales de la vida que compartimos con la escala zoológica, del buen comer, del contacto físico o del ejercicio lúdico y, solamente, sean capaces ya de disfrutar con los goces del Espíritu. El Espíritu se goza también en lo pequeño y en lo cotidiano. Tales seres se nos antojan admirables pero nada humanos y, por tanto, no personas en el sentido al que nos referimos. Y, más aún, afirmamos rotundamente que, desde una versión angelista y puramente espiritual de la vida y de la fe, los hombres y las mujeres del siglo XX en ningún momento reconocerán en ellos la plenitud y la verdad de nuestro testimonio.

De igual forma que la dimensión «animal» del ser humano y del ser persona nos hace rechazar las actitudes angelistas también nos lleva a alejarnos de actitudes sacrificiales expresas, tendentes a dominar, y en el fondo a aniquilar, los instintos y los rastros que nos unen al resto de la naturaleza. Aunque nuestra perspectiva de pensamiento y nuestra convicción nos lleve a valorar tanto la maduración como el mayor conocimiento de la realidad que comporta el dolor y el haber sufrido (en la presentación de integrantes de los grupos tuvimos testimonios de gente que había perdido un hijo, que había sufrido operaciones a corazón abierto, nosotros valoramos que el dolor en la vida, si se aprovecha, hace madurar, produce mayor conocimiento) que nadie busque en estos criterios y nuestros valores rasgos de masoquismo y autodestrucción, porque sería en vano. Al Cristo de nuestra fe le mataron, sin que ni una sola de sus palabras suponga exaltación de la autodestrucción y el suicidio.

Por desgracia, los cristianos hemos estado muchas veces empapados de ese espíritu que sitúa al cristianismo en el camino de la amargura, en el valle de lágrimas. Hemos dicho siempre que aquellos muchachos, que en 1944 empezaron lo que hoy es ya una realidad, quizá hicieron una sola cosa: sacar al cristianismo del camino de la amargura y colocarlo en la autopista de la alegría y, de ahí, en este cambio radical, es donde entendemos que puede y que siguen teniendo sentido los Cursillos.

No vivimos el cristianismo como una religión de sufrimiento. Sabemos sufrir como sabemos gozar, porque lo único que sabemos es aceptar la realidad que nosotros, además, creemos que es la voluntad de Dios.

En el concepto clásico, el hombre es un animal que se distingue de los demás animales por ser racional, por su capacidad de pensamiento y de conciencia. Una vez más, reafirmamos esta dimensión clásica del ser humano en una perspectiva de personalización. Quien entienda su fe como una mera obediencia de asunciones dogmáticas y su ética como un recetario de tarifas aprobadas por una autoridad superior que debe limitarse a aplicar, de ninguna forma encarna al ser humano que pretenden los Cursillos.

Pensar, razonar, es arriesgarse al error. Es ejercer el «derecho a equivocarse» del que hablaba Juan XXIII, es el elemento esencial del ser persona. Y lo decimos sin excesos racionalistas, conscientes de que la limitada información y la condicionada educación que padece el ser humano obligan a no fiarse de la propia capacidad de raciocinio como única clave de acceso a la verdad y a la felicidad.

Solamente quien razona sobre su vida, sobre su fe tendrá el gozo de saber que sus convicciones son realmente suyas. Si comparte y contrasta, además, sus reflexiones, sus dudas y sus certezas con otros hombres alcanzará la dimensión exacta de una búsqueda incluso después de los encuentros más esenciales.

Una de las cosas más divertidas, si no la más divertida, de ser cristiano es que consiste en una continua cadena de encuentros que generan la necesidad de mayores búsquedas. Es de oca en oca, que estamos encontrando cosas a todas horas y todos los días en todas las personas y rincones y ese encuentro nos impulsa a nuevas búsquedas y a nuevos encuentros. Así es como funciona la persona tal como la entienden los Cursillos.

Sabemos creer y creemos para mejor pensar. Creer nos ayuda a pensar, no nos priva de pensar. Valga en este apartado mencionar la frase de Chesterton, según la cual, «al entrar en la Iglesia debe uno quitarse el sombrero, pero no quitarse la cabeza».

En el mismo contexto clásico griego, sin abdicar del concepto básico del hombre como animal racional, Aristóteles añadirá un componente que también retenemos como esencial al identificar al hombre como «zoo politikon», como animal social o animal político.

El ser humano ejerce sus condiciones básicas – «su animalidad» y su racionalidad- en un contexto comunal y societario con los demás. No existe verdadera vida humana y, por lo tanto, verdadero ser de persona sin que el hombre desarrolle adecuadamente su conexión vital con otros seres humanos. De ahí que rechacemos de plano las posturas individualistas pese a su renovado prestigio en un contexto de sociología de masas. El «yo» sólo se encuentra y realiza en plenitud en un «tú» que nos recibe y nos proyecta hacia el futuro, como el juego del espejo y de la luz, y se dimensiona solamente en la paz de la felicidad posible si se llega a integrar en un «nosotros», en una convivencia plural no masificada.

El concepto de persona, que está dentro de la esencia y Carisma Fundacional de Cursillos, rechaza el individualismo como rechazaba el angelismo y el masoquismo sacrificionista. De ahí nuestra esencial convicción sobre el vivir y el salvarse «en racimo» y sobre la certeza de que sólo se vive en plenitud lo que se convive.

Por lo mismo, nuestro pensamiento está tan lejos del individualismo como de la masificación. La convivencia supone la participación libre, activa y creativa y, muy especialmente, reactiva de cada hombre en el grupo.

Una de las cosas que más luz ha aportado, quizás, a mi vida, del pensamiento de Eduardo, ha sido que lo que es verdaderamente el hombre es mucho más que sus acciones, sus reacciones. Cómo el hombre reacciona ante un éxito, un fracaso, ante el encuentro con otro. Eso nos demuestra cómo somos de verdad; que la acción vamos a hacer esto y lo hacemos. ¡No! Esa reacción que nos pilla y nos sitúa en un momento dado. Ahí es cuando solemos demostrar y evidenciar lo que de verdad somos.

Si las modas o las obediencias acríticas – ya se originen por liderazgos absorbentes o pretendidas razones teocráticas – tienden muchas veces en nosotros a crear seres repetitivos sin individualidad propia, pero que se creen importantes y trascendentes por transferencia del valor que atribuyen al colectivo al que pertenecen, nuestra afirmación del ser persona rechaza estos géneros de humana masificación. Es frecuente hoy encontrarnos con personas que ellos no se creen muy importantes pero sí creen importantísimo pertenecer a un colectivo, ya sea de clase, laboral, de afición, de nacionalidad, etc. Y por eso se sienten muy importantes. Esa transferencia a lo colectivo del ser persona tampoco cuadra con nuestro concepto del ser persona. Quizá la afirmación Fundacional de que los Cursillos nacen con el propósito expreso de ser un Movimiento pero no una organización, explica como pocos otros datos el rechazo del pensamiento germinal a cualquier forma de masificación y de transferencia a lo colectivo de los riesgos y los valores que solamente en el ser aislado e impar tienen sentido.

Los Cursillos no son una organización ni están para nutrir otras organizaciones. En el Postcursillo la persona se encuentra arropada en la amistad, pero aislada e impar. Cada uno tiene que ser cada uno y los demás ni se lo van a hacer ni van a hacer que lo que sea tenga valor porque viene de los demás, cada uno con sus «cadaunadas» nos ganamos nuestro sitio y nuestro ser persona cada día.

El pensamiento griego trasladará sus conceptos esenciales al ámbito de la Roma clásica, que profundizará los aspectos inherentes al desarrollo de los mismos en el ámbito del derecho de la norma convivencial básica. De ahí que pase jurídicamente a definirse la persona como «sujeto de derechos».

Añade así la concepción romana un elemento quizá poco subrayado por el pensamiento griego anterior. El ser humano – animal racional y social – tiene en sí mismo potencialidades y derechos que deben ser necesariamente respetados por todos los demás, sean sus iguales o se consideren sus superiores. De nada serviría la exigencia de libertad, de iniciativa y de singularidad que se exige al hombre, si los demás no dejaran que se desarrollase.

Constituye este elemento otra de las nociones esenciales del pensamiento de Cursillos sobre la persona, ya que su consideración y su valoración es tal que, por sí misma, genera respeto y, en buena medida, admiración. Sabemos ver en el otro la imagen y la semejanza. Dios hace al hombre a su imagen y semejanza y los hombres nos empeñamos siempre en fijarnos en la semejanza que, en realidad, resulta ser desemejanza porque en la práctica, en la forma de actuar concreta de cada uno, nos parecemos muy poco a Dios. Pero siempre, haya o no haya semejanza entre lo que Dios quiere y nosotros hacemos, hay imagen de Dios en nuestra vida y eso es lo que tenemos que saber ver y admirar, la imagen. No busquemos la semejanza, ya se dará, busquemos la imagen de Dios que late en cada uno y así sabremos respetar a la persona por ser persona.

Este avance que apunta a la Roma clásica se proyectará en la historia con intermitencias trágicas en una línea que cuaja en la Ilustración y la Revolución Francesa y va hasta la Declaración de Naciones Unidas de San Francisco y hasta la «Pacem in Terris» para identificar los derechos consustanciales del hombre y proclamar el carácter universal, inalienable e inviolable de esos derechos humanos.

Reafirmamos, desde el Pensamiento Fundacional de Cursillos, esta concepción del hombre como merecedor esencial de respeto y como ser de derechos ante los demás hombres. Afirmamos que ninguna actitud coactiva o manipuladora es conforme al Carisma Fundacional. Y también, afirmamos que resulta mucho más decisiva la interior certeza de que estos derechos se poseen, que el respeto exterior y, de hecho, que de ellos nos otorgan. En las catacumbas se puede ser persona al cien por cien, pero la persona plena no tiene nunca vocación de catacumba sino de ahora y convivencia abierta y libre.

En la historia de Cursillos tenemos que hacer una autocrítica muchas veces, ha habido actitudes manipuladoras muchas veces, no conformes con el Carisma Fundacional. Ha habido, también, épocas en que hemos estado en las catacumbas y en la incomprensión.

Dentro del pensamiento medieval que, con la Escolástica, revive los planteamientos griegos en un contexto confesional y a menudo apologético, quisiera detenerme en un planteamiento que Spinoza perfilara con especial grandeza. Para él, como para nosotros, el hombre es un ser para la Trascendencia. Y, trasciende en la medida en que encarna ahora en este mundo y en esta vida su afán y su esperanza de ver transformados su vida y su mundo. En el ser humano late una natural fe en la unidad de todo lo real que, necesariamente, le impulsa más allá de su tiempo y de su espacio.

Si olvidamos esta dimensión trascendente del ser humano reducimos al hombre a un mero factor de consumo y producción con lo que se podrá distraerle, utilizarle y agotarle pero nunca se le posibilitará ser feliz ni plenamente persona.

Cuando vemos que, en nombre del Evangelio, alguien se empeña en transmitir no un mensaje abierto sino un modo de vida, o incluso una concreta cultura o una determinada política, sabemos que está lejos de la línea creadora de Cursillos, que quiere proyectar al hombre, desde donde está hasta sus reales posibilidades de trascendencia que son, a la vez, concretas e infinitas y que sólo él o ella sabrán aflorar en convivencia. No vale decir que los Cursillos ponen a la gente en disposición de lo mejor, que ya le diremos lo que tiene que hacer. Para llegar a ese ser para la trascendencia es esencial que el planteamiento nazca desde dentro de cada uno.

Y, por ello mismo, cuando algunos «maestros de Israel» descartan que el ser humano, sin especial cultura o sin un conveniente ambiente previo de vida, sea capaz de descubrir y proyectar un auténtico encuentro con el Todo, afirmamos que carece de la fe en el ser humano que es esencial en los Cursillos Fundacionales.

Esa suele ser la clave por la que mucha gente en nuestra Iglesia no alcanza a creer en los Cursillos, la gente tiende sobre todo a no creer sobre todo en el Postcursillo, o en el Cursillo cuando ven los frutos. A lo mejor tienden a creer, pero en el Postcursillo no creen, opinan que todo esto tiene que ser para unos pocos, selectos y muy preparados. Y nosotros partimos de algo muy distinto, esto tiene que ser para el que tenga ganas de ser persona.

En el desarrollo histórico posterior de este principio de trascendencia, ya en fase contemporánea, nos encontremos su traducción angustiada, propia de una época que ansía certezas, cuando el existencialismo de Kierkegaard a Sartre identificarán al ser humano como un «ser para la muerte». Efectivamente, en la única certeza física de futuro que es la muerte se justificaría la angustia de un ser para la nada o del hombre como pasión inútil precisamente como muestra de que si no hay dimensión trascendente en el ser humano, personalmente sentida, no hay sentido en la vida.

Frente a la angustia como búsqueda radical y a tientas de la trascendencia, afirmamos con, Marcel y Lavelle, al hombre más que como un ser para la muerte como un ser para la esperanza. Esta sería la proyección aquí y ahora de aquella concepción de la persona como ser para la Trascendencia. Y no se trata de una esperanza en «la otra vida» sino en la Vida, con mayúsculas porque trasciende el lugar y el tiempo, pero es ya asequible aquí y ahora.

Sucede entre nosotros que, quien no ha sintonizado con la angustia, al menos en grado de inquietud, no acertará después a captar la honda de la esperanza y la trascendencia. De ahí que los Cursillos valoren como primer dato esencial en la persona que se nos aproxima el «principio de inquietud» que la convierte en un ser en búsqueda. Ni el ser humano satisfecho de sí ni él yo desesperado son el destinatario directo e inmediato de nuestro mensaje fundacional. Necesitan todo el íntegro recorrido de lo que llamamos Precursillo para que haya un «hueco» en su ser para el Ser que les hace personas. Ni el que está tan lleno de sí mismo que no busca nada porque ya lo tiene, ni el que está tan vacío, tan angustiado, que es incapaz de reconocer los rayos de luz donde quiera que estén.

Por lo mismo, nos resulta más alejado de nuestro concepto de persona quien, afirmando tener esperanza y creer en la trascendencia, no ha interiorizado estos conceptos y no mantiene por ello vivo día a día el principio de inquietud y la dinámica de su vida como ser en búsqueda. El cristiano instalado, cierto a machamartillo en sus intransigencias concretas generales, está en las antípodas del ser personal que creemos previo al ser cristiano.

Igual de distantes nos parecen otras actitudes dogmáticas o satisfechas en sí mismas de quienes, sin participar del hecho ni de la etiqueta de lo cristiano, creen hacer encontrado «algo» definitivo, que sin embargo no les proyecta a una búsqueda mayor de sí mismos y a una recreación de un entorno de personas.

Incluso cuando Hobbes afirmó que «el hombre es un lobo para el hombre», no dejaba de enmarcar esta afirmación en un contexto de búsqueda para la Trascendencia, del Todo, como esencial en el ser humano. Para él cada hombre lo quiere todo, y por ello no dejará de luchar con los otros hombres que también anhelan lo que él desea. Añadirá Hobbes, sin embargo algo que ha sido mucho menos repetido y comentado que su frase del lobo: que sólo en el diálogo, en el lenguaje y en el pacto, cabe la necesaria armonía entre los hombres.

Y esta posibilidad – difícil – de armonía y realización plural de los seres humanos de Hobbes, nos lleva a una visión que será de algún modo una constante en las distintas concepciones del hombre en la edad moderna: la de verlo como un ser condicionado.

Desde el buen salvaje y difícil conciudadano del pacto social de Rousseau, hasta la disección de los imperativos que condicionan al hombre en Kant y hasta la dimensión del hombre como ser histórico y, por tanto, siempre en tensión entre los contrarios, de Hegel. Todo nos lleva a esta identificación del ser humano como un ser condicionado que pocas veces se ha expresado con tanta exactitud y rotundidad como en la conocida definición de Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia».

Precisamente porque los Cursillos Fundacionales asumen también esta condición circunstanciada del ser humano se articulan en su esencia alrededor de la noción de ambiente.

Todo en el Precursillo, en el Cursillo y en el Postcursillo tiende a crear el ambiente exacto, en el que a cada uno le resulte más fácil buscar y obtener sus encuentros consigo mismo, con Cristo y con los demás, o profundizar en ellos sin que el acondicionamiento positivo de esos ambientes deba ser nunca tal que eclipse a la persona: la circunstancia, por el contrario, al servicio del yo.

Pero también en su dimensión externa los Cursillos, como por coherencia no podía ser de otro modo, se basan en la noción de ambiente. Si el ambiente, la circunstancia, condiciona al hombre, también éste puede y debe transformar sus ambientes e impregnar sus circunstancias. En realidad, esto es lo único que puede hacer para ayudar realmente a los demás. Y de ahí que la proyección del hombre a la realidad que diseñan los Cursillos genuinos y fundacionales rechace los modelos clásicos de «apostolado»: tanto el de hacer obras como el de salvar almas como el de potenciar la Iglesia institucional; y opte innovadoramente por la fermentación de los ambientes.

Y en este punto, entiendo que debemos ya trascender todo lo que el Carisma Fundacional de Cursillos extrae de lo que el pensamiento laico ha ido aportando sobre lo que es el ser humano y perfilar lo que entienden los Cursillos como culminación y plenitud de ese ser humano que es él ir siendo realmente persona.

El ser humano como animal racional y social, sujeto de derechos y realidad, a la vez trascendente y condicionado, es capaz de amar y sólo en el amor se siente realizado y feliz.

Más que en el pensamiento de los sabios, esta certeza arranca de nuestra propia experiencia de humanos, antes aún que de nuestra visión evangélica de la realidad.

Cuando el hombre llega a ver en el otro a alguien digno de ser amado, y por ello tan esencial como uno mismo, está en el umbral de ser ya persona y de ser cristiano.

Persona es, pues, quien se sabe a sí mismo capaz de amar y digno de ser amado, al margen de los complejos de culpa y de las inseguridades psicológicas con que una falsa educación prevenidamente cristiana suele obsequiarnos. Persona es quien se sabe limitado, condicionado y parte de un Todo, pero al fin y al cabo, se sabe también integrante de ese Todo a su altura y valor, capaz por tanto de esa plenitud a escala humana que llamamos felicidad. Y sabe, también, que esa felicidad solamente la bordea y alcanza si acierta a transmitir en onda expansiva su capacidad de amar de forma que los seres humanos de su entorno se sientan realmente tratados como personas, es decir, como alguien que vale por lo que es y no por lo que tiene, por lo que sabe o por lo que parece o aparenta.

Esta es una de las claves esenciales del pensamiento fundacional de Cursillos alrededor del concepto de persona. Hemos recalcado siempre la distinción esencial entre la persona y el personaje. Entre lo que el hombre es y lo que el hombre consigue que los demás crean que es.

En un mundo de consumo y de apariencias como el que han ido labrando siglos de juridicismo moral, de simulación, de ritos y código penal, el ser humano vale tanto como aparenta valer. Los títulos universitarios y profesionales se cotizan más que la sabiduría que se ancla en la experiencia y en el sentido común; la riqueza y el status social pesan mucho más que el disfrutar lo que se posee y el tener auténtica capacidad de comunicación; la conducta, el pasado, la fama y la imagen se valoran mucho más que el sentimiento, la disposición y la sinceridad.

De ahí que la auténtica revolución de conceptos que los Cursillos plantean se centra en que el ser humano, lo que alguien ha designado como el hombre/hombre de la calle/calle, descubra que vale por lo que es y, por tanto, su capacidad de amar y no por lo que hasta ese momento él y los demás han valorado en él: su poder, su saber y su tener. De esta dimensión, al engarce evangélico podría decirse que no hay más que un paso, pero en realidad no hay ningún paso; se precisa solamente la circunstancia del encuentro, la caída de los velos de los falsos prejuicios y el acceso a la visión de que tanto él como los demás forman parte de este Todo feliz porque ama inquieto por un mayor amor.

Como todas las grandes palabras, el concepto de amor necesita una concreción identificable en los más diversos momentos y estadios del vivir. Y esa concreción del amor en la normalidad es esencialmente la amistad. Por tanto, afirmamos con gozo que la persona es el ser humano que afronta la vida en una perspectiva de amistad, que brinda su amistad no sólo a aquellos con quienes convive de ordinario sino incluso a aquellos con quienes ocasionalmente comparte momentos y episodios. Recordemos aquel escrito tan antiguo, de los primeros de todos de Cursillos, que había que saber encontrar, en el encuentro ocasional con el hermano, el rasgo de Dios que está confiando a tu generosidad en ese momento del encuentro.

Estos días tendremos ocasión de profundizar en los conceptos de amor y de amistad radicalmente unidos al de libertad que configuran por tanto lo más esencial de nuestra concepción del ser persona. Si finalmente terminamos estas Primeras Conversaciones de Cala Figuera siendo realmente más amigos que ahora al iniciarlas, habremos avanzado en la pista del ser persona y, por tanto, en el camino, la verdad y la vida de ser cristianos. Si solamente hemos conseguido reflexionar en común o intentar lucir nuestros valores de personaje estaremos en las antípodas de lo que los Cursillos Fundacionales, en su dato original de Cala Figuera en 1944, querían hacer posible.

Seamos personas, seamos un poco más animales y menos segregados que hasta ahora, un poco más racionales, algo más sociales, algo más conscientes de nuestra dignidad y nuestros derechos, algo más anhelantes de trascendencia y plenitud, algo más conscientes de nuestros condicionantes y limitaciones. Pero sobre todo, seamos más capaces de amar, capaces de amar más y demostrémoslo en el clima y la realidad de una amistad real, progresiva y jubilosa.

DE COLORES
Francisco Corteza

4 comentarios en “P E R S O N A

  1. Ismael Recinos

    Excelente trabajo, porque es la pauta que necesitamos para seguir los pasos de lo esencial Cristiano en nuestros ambientes, y seguir aprendiendo a caminar en Cursillos sin perder la ruta.

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