T3 Revista Testimonio, FEBA

Madre de todos y madre de todo

Madre de Todos

Madre de todos, porque el Evangelio –la Buena Noticia– la mejor de todas, pudiera llegar a todos en clave de ternura.

Esta realidad tiene que llegar a todas las mentes y a todas las voluntades. Es más todavía, cuando lo cristiano no se motiva, impulsa y orienta por ésta gozosa y fascinante trayectoria, suele perder su rumbo, su brío y su brillo, y es sumamente difícil, por no decir imposible contagiarlo.

Es un consuelo y una verdad maravillosa que la Virgen María por ser Madre de Todos y de Todo, lo sea también de los que se enredan, de los que se atascan, de los que se desvían o se pierden en el camino.

Madre de todo

Madre de Todo, de todos los medios puestos al alcance de todos para que aplicándolos, vayamos comprendiendo todos mejor, que el camino, la verdad y la vida a que nos llama y nos propone Cristo, si no nos llegara humanizado, o mejor dicho “maternalizado” por la mediación amorosa, delicada y detallista de la Madre de Todos y de Todo, lo veríamos todo desde la perspectiva de lo inmediato, donde todo tiene sus cantos duros, sus incordiantes obstáculos, y sus tantas veces desconcertantes dificultades; pero como cambia todo cuando se sabe y además se tiene experiencia de ello por haber puesto los medios para que así fuera, que al filo de todo suceso, y por tanto en la mismísima encrucijada de cada obstáculo, encontramos, si sabemos bucear en lo profundo de nuestra verdad y de nuestra conciencia, algo que nos impulsa a salir de la zona oscura de nuestra persona, para dirigir Para que todos lleguen a saber que Dios les ama. Realidad ésta que, si los hombres la captáramos en toda su hondura y alcance, dilataría hasta límites insospechados el horizonte de nuestra esperanza. nuestra intención y nuestro esfuerzo, hacia la zona más soleada de nuestro interior.

Allí está

Cuando esto sucede, allí está Ella, la Virgen María, inclinando la balanza hacia lo bueno que hay en cada uno, para que no seamos presos de nuestro excesivo egoísmo, de nuestro poco elegante orgullo, de nuestra desmedida ambición. Ella atempera y armoniza los contrarios, orientándolos hacia el mayor bien propio y ajeno. A través de Ella, nos llega la amorosa claridad interna, que desde muy adentro, ora ilumina de manera tenue y discreta nuestra vacilante convicción, o nos invade de diáfana luz, para que la decisión sea firme sin aspereza, y para que la luz nos vaya iluminando el camino sin deslumbrarnos.

Por ella llegamos al conocimiento de Cristo

Por Ella, llegamos al conocimiento de Cristo vivo en nosotros y en los otros, y por Ella también nos llega todo lo bueno, todos los valores que valen y que nos sirven para dar valor –valor que vale– a los demás valores.

Ella nos ayuda a ver el mundo desde la verdad, en lugar de verlo desde la falsedad y la mentira. Ella es la que nos aclara y afirma en lo verdadero y lo bueno, para que vayamos siendo de cada día más personas.

Hoy que el hombre se olvida de tantas cosas

Hoy, que el hombre se olvida de tantas cosas, ha obligado a tener que arbitrar medios que le sirvan como de reclamo para recordarle las más vitales y cordiales, las que deberían estar en la misma entraña de los sentimientos más entrañables.

Tan distraídos vivimos, y a tanta distancia de “lo único necesario” estamos, tan absorbidos y atrapados por las cosas de fuera –cercanas y lejanas– que no reparamos, por falta de atención o por falta de tiempo, en las personas de nuestro entorno, y ni aún tan siquiera en el inmenso acervo de posibilidades, que quizá sin saberlo, llevamos dentro.

Así, porque lo olvidamos, ha sido necesario destinar, señalar, fijar un día, para dedicarlo a algo importante en nuestra vida, pero que normalmente solemos olvidar a lo largo de los días por los que discurre nuestro vivir.

Aunque a lo mejor se haya hecho con fines comerciales –nunca se saben todos los afluentes que van a parar al río de las circunstancias concretas que vivimos– sea como sea, el asunto es que ha tenido que señalarse un día, para recordar algo que tendría que ser inolvidable: el amor de los hijos a su madre, como si la madre no fuera un amor perenne, constante de todas las horas y de todos los momentos; y así, empezando por el amor más auténtico, profundo y sentido, se van dedicando días a las cosas menos relevantes, pero siempre con la finalidad de recordar, de poner en la mente de los más posibles, algo que debería estar, no tan sólo en la mente, sino también en el corazón de todos de forma , permanente; y de ésta manera, se va recordando, por lo menos un día, alguna de las cosas importantes, que precisamente por serlo, deberían ser para todos agradable preocupación de todos los días: “El Día del Padre”, “El Día del Minusválido”, el día dedicado a “La Cruz Roja”, el día dedicado a la lucha contra el cáncer, etc.

Es una pena que nos tengan que recordar cosas tan obvias como amar a nuestra madre, y que se tenga que dedicar a ella un día especial porque el hecho de vivir de manera tan complicada y sofisticada, no nos va dejando tiempo para pensar, ni aun caer en la cuenta, las más de las veces contra nuestra voluntad, que todo amor, sobre todo entre personas, precisa de atención y cuidado.

Hasta en la ONU han sentido la necesidad de ir puntualizando determinados objetivos, para motivar la gente, y ampliando el tiempo de aportaciones y esfuerzos, señalan algo concreto, como “El Año de la Juventud”, “EL Año de la Promoción de la Mujer”, etc.

El año mariano

Es sin duda bueno que la Iglesia, atenta al ritmo del vivir del mundo, asuma los acontecimientos y las cosas que suceden en él, para intentar llevarlas a la finalidad que persigue. Así ha venido haciéndolo desde tiempos remotos, con los llamados Años Santos y Años Jubilares: ha puesto en el candelero alguna realidad determinada, para que recordándola y aireándola, mueva y motive a muchos a ponerla en el horizonte de sus recuerdos, para avivarlos y tenerlos como diana de sus esfuerzos, al menos por un lapso de tiempo señalado, con el fin de irle sacando el máximo de consecuencias de cara a su mayor y mejor eficacia. Tal es la finalidad que se persigue con la proclamación del Año Mariano.

Si bien así como los buenos hijos, nunca han tenido que usar el cuarto mandamiento para querer a sus padres, los cristianos que sienten y viven lo cristiano, y lo van experimentando al tratar de ir configurando con él sus vidas, tal vez no necesiten de estos medios para acrecentar su amor a la Virgen, pero sin duda ninguna estas conmemoraciones ayudan a que acontezca algo, y quizá algo importante, en el área cristiana personal y colectiva que de otro modo no se produciría.

Siempre resulta positivo lanzar las ideas que se pretende expandir y proclamar, a modo de cohetes que rasguen la oscuridad de ciertas

actitudes, y no creamos que queden después tan sólo las cañas quemadas, pues todo lo que lleva en sí algún mensaje de Dios, siempre produce en la conciencia un efectivo dinamismo, además esto es tal vez la única ocasión en que ciertos hombres dirigen la mirada hacia lo alto.

Sitio central de la Virgen María en el Movimiento de Cursillos

En cuanto al sitio central de la Virgen María en el Movimiento de Cursillos, remedando la Sagrada Escritura en el Libro de los Proverbios (8, 23¬35), que la Iglesia aplica a la Virgen, puede decirse con toda verdad, que Ella ha estado presente, desde el principio del principio, alentándonos y orientándonos. Desde que partiendo del rollo “Estudio del Ambiente”, –allá por los años 1943/44– se fue llegando por la trayectoria viva de sucesivos Cursillos, al del “Seguro Total”, nunca dejó de ayudarnos. Y su ayuda tuvimos que pedirla insistentemente, sobre todo para que la “gente buena de siempre” llegara a comprender que esto de reunirse jóvenes solos, sin ningún sacerdote, no tenía ningún motivo para ser sospechoso y mal visto. Cuántas veces le hemos agradecido a la Virgen que echara luz sobre ciertos aspectos del Movimiento que son ahora tan obvios.

Es gracias a Ella que se va logrando que la gente vaya comprendiendo el porqué de la Reunión de Grupo y de la Ultreya y no se las diluya en otras cosas distorsionándolas, sino que se empleen para lo que fueron pensadas:

A la Madre de Dios nos hemos dirigido en cada Cursillo con el rezo del Rosario y con las intenciones concretas que ponemos en cada misterio; así como también, al pedirle su mediación, al final de cada visita colectiva al Sagrario.

Si bien no le hemos dedicado a Ella un rollo concreto, y la razón es muy sencilla: cuando se está en familia –creo que incluso las feministas estarían de acuerdo– en el hogar suele haber un lugar para el sillón del abuelo, en otra parte está la butaca preferida por el padre, desde donde ve la televisión, el sofá, donde se sientan de cualquier manera los más jóvenes y hasta una pequeña silla para el benjamín. Pero la madre, no está ninguna vez en el mismo sitio. Se diría que no está en ninguna parte porque está en todas:

vigila la hora exacta en que el abuelo tiene que tomar la medicina, está atenta a los guisos de la cocina, sabe lo que le gusta a cada uno. Es la primera en despertar al que tiene que estudiar o ir al trabajo y no para hasta la noche, inclinada ante la cuna del pequeñín para taparle bien y arreglarle el embozo de la sábana. Algo así pasa con el papel de la Virgen en los Cursillos. Está en cada rollo, a veces no se le ve, pero siempre se la siente.

Ella sabe y lo sabemos también nosotros, y muy bien, que Ella ha sido, es y seguirá siendo, la que materna, sencilla y simplemente, nos ha movido y mantenido, y sigue moviéndonos y manteniéndonos a través del tiempo, ayudándonos a no perder el ánimo, ni el entusiasmo, a pesar de los contratiempos, de los reveses, de las incomprensiones y de las complicaciones que han ido surgiendo a lo largo de nuestro camino.

Los Cursillos.
Sentido común codificado

Cuantas veces hemos recurrido a ella, cuando hemos visto que personas –hay que suponer que con la mejor intención– complicaban y aun complican desmedidamente las cosas, apartando el Movimiento de su finalidad, y distorsionando su método. Esto sucede siempre que los Cursillos se hacen servir para seguir haciendo “las cosas buenas de siempre” puede que tan sólo con un poco de mejor espíritu, pero nada más; al hacerlo así, distancian el Movimiento de la simplicidad con que nació y ha seguido desarrollándose en Mallorca, no obstante los obstáculos y las dificultades con que suele tropezar siempre todo lo que, por ser vivo y por estar conectado con el mundo como es, y con las personas como son, tiene una radical vitalidad y una renovación constante, las más de las veces no domesticable, pero si cultivable, que no todos, sobre todo los hermanos mayores de los hijos pródigos, difícilmente admiten. Es que les cuesta mucho comprender y raras veces comprenden, que los Cursillos exigen ineludiblemente, la actitud de “saber creer”, en lugar de la de “creer saber”, porque cuando se les entiende y se les atiende –por algo pretenden ser sentido común codificado– hacen converger los esfuerzos hacia el objetivo de ir logrando conseguir hacer pista en lo natural, para que sobre ella y desde ella, lo sobrenatural acontezca, pero tratando de discernir que lo que corresponde a los organizadores, es solamente comunicar el mensaje, lanzar la semilla, pero no para que crezcan flores en nuestras macetas preferidas y adornar con ellas nuestros balcones e inspeccionar desde ellos al personal. Tampoco se deben hacer Cursillos para encajonar su fruto y meterlo en nuestras cámaras frigoríficas, que sirven muy bien para conservar los frutos de la tierra, pero no los del espíritu, que, evidentemente no siguen el mismo proceso. Hay que ver los conflictos que ha originado no percibir esta evidencia.

Los Cursillos todavía incomprendidos por muchos

Se lo decimos muchas veces a la Virgen: qué pena que haya tantos que aún no comprendan la finalidad de los Cursillos. Qué pocas veces nos paramos a pensar que el hombre de hoy –que tanto le interesa Cristo– cuando dispone de un momento para pensar –se puede comprobar en cada Cursillo, mientras lo sea de verdad, no aderezado al gusto de los que lo trinchan– no le interesan en absoluto nuestros tinglados.

Perseveran, los que el haber hecho Cursillos les ha servido para darse cuenta de que vivían, para amar más y para agradecer mejor el maravilloso don de existir. Cuando se parte de ahí, la vida va adquiriendo un dinamismo y un talante inusitado, pues el descubrimiento de la posibilidad de ir siendo persona, a medida que se va experimentando, da una perspectiva más valiosa y más atractiva de los demás y de todo lo demás.

Ahí es donde hemos de procurar que llegue el que ha vivido un Cursillo. Sin sacar las cosas ni de su quicio, ni de su cauce, sin emociones dramáticas, culpabilizaciones trágicas, ni peregrinas vivencias para epatar al personal; por la vía de la normalidad de la vida que cada uno vive, por la Gracia de Dios encontrado o reencontrado, un Cursillo produce, traduce y encarna lo cristiano de manera que resulta impactante, precisamente por su sencillez y simplicidad.

Los Cursillos fruto de la oración sincera

Frente a sus efectos, siempre fruto de la oración sincera y de la preparación honrada, uno no puede menos de adoptar, salvando la distancia, una actitud parecida a la de la Virgen, cuando veía a Cristo crecer en edad, sabiduría y Gracia, asombrarse y agradecerlo a Dios.

Cuántas veces he pensado en lo acertada que estuvo la Virgen en interpretar los designios de Dios, guardando precisamente en su corazón las cosas que sucedían, pues de guardarlas solamente en su mente, le hubieran resultado totalmente incomprensibles.

Sin enjuiciar a nadie, podemos pensar que sentiría una madre, después de haber visto a su hijo “desconcertar con su talento a los Doctores de Israel”, verlo después ayudando a José, haciendo de carpintero, por lo menos le propondría a su marido tratara de montar una industria de carpinterías mecánica.

La Virgen apuntaba a otra cosa. Yo diría que cuando los Cursillos crecen y se desarrollan, tratando de seguir esta vía y este talante de sencillez y simplicidad, también el que ha vivido un Cursillo, desconcierta a algún que otro doctor, y no pocas veces le hace caer en la cuenta, que el orgullo, es hacernos un poquito menos que lo que Dios quiere que seamos, no un poquito más; y el que se cree dar lecciones, y hasta los que su profesión consiste en darlas, las recibe agradecido de quienes se toman la vida cristiana más en serio que él, lo que suele producirle una admiración sincera y sentida, que con sorpresa de él mismo, se trueca en profunda y auténtica amistad.

Muchas veces olvidamos que el mundo no se ha movido jamás por la gente que hace lo que debe, sino por la que hace lo que quiere. Lograr que quieran de verdad y que quieran la Verdad que hay que querer –que aquí significa amar– amar la Verdad de verdad en amistad y compartir con otros tan gozosa aventura, es la gran manera de que cada vida y cada uno en el lugar donde ésta se desarrolla, sepa valorar y realizar los valores que más valen, situándolos en el eje de su existir, para que cada uno de los demás valores puedan ir encontrando su órbita por medio del Evangelio: “como a ti mismo”, medida que da la medida exacta de la actitud y el comportamiento adecuado –de cara a sí mismo, a los demás– en cada situación concreta. Entonces las personas, los acontecimientos y las cosas, ayudan a ser y a sentirse lisa y llanamente cristiano –no supercristiano– y no solamente por haber captado sus postulados con la inteligencia, sino por tratar de irlos llevando a la práctica con sincero corazón.

Lo que se trata de descubrir

Lo que trata es de ir descubriendo el Cursillo en cada persona y por la Gracia de Dios le descubre, es el camino, la manera y el medio, para que cada quien, sintiéndose miembro vivo de la Iglesia, en el mismísimo lugar donde Dios le ha plantado, le pueda llegar la energía espiritual, no tan sólo para mantenerse cristiano, sino el impulso, el entusiasmo y el brío para quererlo ser a pesar de las circunstancias que se le presenten a contrapelo.

En esta área es precisamente donde se templa y se perfila la talla del hombre cristiano. Cuando el oleaje del mar de la vida, lanza al hombre hacia el acantilado de la realidad, no hay ninguna norma que cuadre. Es el momento de emplear el salvavidas del criterio y de tener en cuenta con sincera honradez, que, suele exigir más valentía una reacción cristiana que una acción cristiana, pero que una y otra son siempre posibles y posibilitadas por quienes saben meter en lo humano el nervio y el talante de lo cristiano.

Lo que todo el mundo desea, aunque las más de las veces lo disimule, es dar un sentido a su vida y poder vivir lo cristiano en su normalidad.

Cuando uno lo ve así, lo quiere ver así o le duele en lo hondo y de verdad no verlo así, el Evangelio abre vías de criterio certero, oscilando entre la candidez de la paloma y la astucia de la serpiente, porque el criterio exige ser afilado siempre al filo del humano vivir, y afinado, también siempre, para dar el tono exacto, preciso, oportuno y a punto en cualquier situación y circunstancia.

Concientización gozosa de las propias cualidades

La concientización gozosa de las propias cualidades, al ir descubriéndolas, produce una alegría insólita, pero al mismo tiempo una actitud asombrada y agradecida que nos preserva en cierta manera, –aunque la tentación y el tropiezo son siempre posibles– por algo rezamos el Padre Nuestro.

Qué pena es ver algunos cristianos que, desde la tribuna de lo buenos que se creen ser, o del bien que creen hacer, ven con ojos de perdonavidas, a los que atrapados por incomprensibles y adversas circunstancias, no pueden verlo como ellos, porque su vida parece condiciona a tener que marcar el paso al son de la marcha del mundo, en la dura calzada de su dura y enojosa situación.

Meta alta y concreta

El habernos dado el Señor una meta tan alta y tan concreta, apuntando a la perfección de Nuestro Padre Celestial, nos sitúa en una pista de posibilidades insólitas, pista cuyo recorrido, es solamente posible partiendo del querer de uno mismo, del área del querer querer de uno, donde la libertad de cada quien puede ser ejercida sin coacciones de miedo y culpabilidad, que larven la motivación, y amargándole, le hagan dirigir sus energías hacia terrenos ajenos a su convicción.

Lo peor de todo es la óptica y la perspectiva tan poco original con que se enfoca y se previene el crecimiento y expansión que produce el mensaje de Cristo al ser captado, reflexionado y vivido por el hombre. Después de un encuentro verdadero con Quien es la Verdad, pensar que lo que sucede se puede encauzar y conducir por caminos trazados y esquemas prefabricados, es sin duda ignorar como es el hombre normal, y como normalmente procede Dios con estos hombres. Basta haber observado la maravilla dar una sola conversación, para comprender que lo de siempre, como siempre, no es ya el mejor camino, sino que el más directo para aparcar y sofocar el espíritu.

Lo cristiano siempre nuevo y renovador

Al que ha vivido un Cursillo de verdad –no mixto ni mistificado– no se le tiene que desubicar, ni complicar la vida, haciéndole asistir a toda la flora y la fauna de cosas pías, donde tantas veces han ido a apagarse los entusiasmos de muchos –casi siempre los de más personalidad– que luego son juzgados despectivamente, como entusiasmos momentáneos y pasajeros, por quienes los han sofocado.

Pero por más dificultades que sobrevengan, no nos tienen que hacer perder de vista nuestro cometido, que es tratar de conseguir que el que se haya topado con Cristo, vaya entendiendo que lo mismo de siempre, no es siempre lo mismo, porque la óptica y la perspectiva cristiana a la que aludíamos, es siempre nueva, renovadora y novedosa, porque nos abre y nos concientiza de la maravillosa realidad de poder ver con ojos nuevos las cosas de siempre, como los amaneceres y las puestas de sol, que uno tiene cierto reparo al nombrarlas en plural, porque es singular cada una de ellas.

La Virgen siempre

En este escrito no tan sólo he querido hablar de la Virgen, sino también de lo que muchas veces le estamos diciendo a la Virgen, cuando vemos el inquietante derrotero que ha tomado ya el Movimiento de Cursillos en algunos lugares.

Quisiera terminar, aduciendo algo que más que demostrar, muestra en vivo y en directo, como cala en el Cursillo el amor a la Virgen. Podría aportarse algo más teológico y menos ingenuo, pero sin duda a la Virgen le gustaría menos.

Es más, todas las madres, siempre celebran y oyen con gusto las ocurrencias de sus hijos, y la Virgen, sin duda ninguna también.

Algunos dicen que la Virgen llora, yo no lo he creído nunca, con lo que yo se de las valentías de muchos cristianos –y Ella sabe infinitamente más– tiene más que motivos para estar contenta.

Decir las cosas en clave de mucho amor, es siempre decirlas en paradoja, en un código únicamente traducible y comprensible de corazón

a corazón por quienes saben captarlas, más que con razones razonables, con la entrañable ternura del que ama de verdad, lo que aconseja no pretender aprender estudiando, lo que tan sólo amando se puede entender, por esto desde el ángulo del radiante amor asombrado y recién descubierto, pueden tener su lugar paradójico, pero en extremo pedagógico, y evidentemente lógico desde la cristológica, las expresiones expresivas y hasta un tanto explosivas de gozosa alegría y certera y acertada intuición, que hemos oído y agradecido a Dios, en muchas clausuras de Cursillos.

Tales como uno que, al levantarse para hablar, dijo que “estaba seguro” con esta firmeza que da la fe, cuando uno se quema de ganas de firmarla y afirmarla con su vida, “que la Virgen María, cuando se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra a comunicarse –en clima de Reunión de Grupo– con su prima Santa Isabel, por aquellas montañas de Judea; iba cantando el De Colores.

Y otro, que en su intervención al finalizar el Cursillo, dijo que “Aun que no se consignaba en ninguno de los cuatro Evangelios –cosa sin duda buena, porque demasiado presumidos somos no pocas veces los cursillistas– “estaba” también “seguro”, que la Verónica, cuando salió a enjugar el rostro de Cristo, en la vía dolorosa, camino del Calvario, para animarle al Señor a seguir con valentía el camino, le dijo, confidencialmente, muy quedo al oído porque tan sólo Ella lo captara: De Colores…

Y otro, que emocionado y emocionando a los presentes por el aplomo con que mostraba la rotundidad de su fe, dijo “Que en el cielo, cuando la Virgen se goza oyendo los piropos de la Letanía que le dirigen sus hijos, desde toda la redondez de la tierra, al llegar a sus oídos que le llaman “causa de nuestra alegría”, mira sonriente a Cristo y le dice: “me llaman la causa de su alegría, y no caen en la cuenta que la causa de nuestra alegría, son ellos”.

Se podrían sacar a colación muchas cosas parecidas, tal vez venga bien aquí, salvando la distancia, lo que San Juan dice al final de su Evangelio: “muchas cosas más podrían escribirse y también cuando dice –perdonadme la osadía– “estamos ciertos de que su testimonio es verdadero”.

Eduardo Bonnín

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