Pista de Despegue
- La forma más profunda de convivencia es la amistad.
- Ser amigo, es poder pensar la vida en voz alta.
- La relación de amistad es la forma genuinamente humana y evangélica de comunicación entre los hombres; es comunicarse con el otro en tanto que es persona, no por sus cualidades concretas o su posición social, sino porque es él, porque es alguien.
- La amistad podría resumirse en la doble afirmación de «estoy contento de que existas», «el mundo es más bello porque existes tú».
- La amistad cristaliza mediante un proceso.
- La amistad es lo que puede producir la poderosa energía que puede poner a los hombres que han de cambiar la realidad.
- Lo cristiano, es el simple y definitivo gozo de ser amigo del cercano.
- Si el hombre no tiene quien le aguante, no tiene aguante y se vuelve inaguantable.
- Para hacer amigos: ver, hacer ver y conseguir que miren.
- El Cursillo es el vehículo para una experiencia de identidad, un canto a la vida y un homenaje a la amistad.
- La clave está en la identificación amistosa con uno mismo.
- La amistad es creativa pero no es finalista, si se excluye su natural dinamismo a generar más amistad.
Ponencia Nº 4
La Amistad
El diccionario nos dice que es «afecto entre personas, puro y desinteresado, que nace de la mutua estimación, aprecio y simpatía».
Como siempre, el diccionario se refiere al concepto, lo que la cosa significa, pero es la misma vida la que nos dice lo que la cosa es.
Sin duda ninguna la maravilla del vivir, desde donde puede ser mejor captada y más valorada, es en el interior de la persona, y de ella la cualidad que más alegría le puede dar es su capacidad de entender, experimentar y contagiar la gozosa vivencia de la amistad.
La humanidad, en su constante avance, ha ido logrando descubrir e inventar multitud de cosas, pero ninguna de ellas ha podido superar todavía la alegría que causa a la persona el gozo de la amistad.
Los Amigos
Al hablar de la amistad se impone aclarar que existen dos concepciones distintas de ella: una cosa es el amigo que, aunque sea posible tener varios, no se puede olvidar que cada uno exige un trato particular, peculiar y distinto. En una palabra, hecho a su medida.
Y otra cosa son, en cambio, los amigos. Pero los amigos, en sentido genérico, palabra que, como tantas otras, ha experimentado cierta inflación y la consiguiente devaluación.
Hace poco tiempo el uso lingüístico y social, distinguía entre «conocidos» y «amigos». La primera de las palabras apenas ahora se usa porque todos quedan englobados en la segunda.
El «conocido» era la persona de la que se sabe muy por encima quien es, del que se conocen algunos detalles de su vida, se habla con ellos en determinadas ocasiones y se la trata superficial y eventualmente, pero nada más. Puede ser que exista hacia esa persona una vaga simpatía, pero no es sentida ni como necesaria ni como segura.
El Amigo
Al hablar del amigo en singular es obligado, o mejor dicho, es preciso, necesario y gozosamente conveniente entre cristianos, hablar primero del singular amigo, del amigo más singular, de Cristo vivo, normal y cercano que, cuando lo tenemos interiorizado por la Gracia, nos concientiza amorosamente de lo que tenemos de Él por haber sido pensados y creados a imagen de Dios, y de lo que todavía nos falta para que vaya siendo verdad la simple y siempre posible semejanza, tal vez intentada y quizá pocas veces conseguida.
Él se hizo semejante a nosotros para hacerse amigo de nosotros los hombres (en sentido genérico y, por tanto, también de las mujeres). Él que es prototipo paradigmático de la amistad verdadera, de la que no repara en ningún sacrificio para hacerla real en su vivir en vivo y en directo, él que nos señala la cota más alta a la que puede llegar la amistad: a dar la vida por el que se ama como un horizonte posible que no conviene perder de vista, si no se quiere correr el peligro de bajar la guardia, de destensar el arco o de agrietar la amistad que debe de ser siempre, tanto para el que la da como para el que la recibe, como una fortaleza fuerte.
Cuando la persona, por la Gracia consciente, experimenta la amistad con Cristo y va dándose cuenta de que Él es de verdad el amigo, el verdadero amigo por antonomasia, el que nos ama de verdad y siempre, el que nos mira con ilusión, el que nos escucha con interés apasionado, el que conoce nuestra intención y aún así esta pendiente de nuestro gesto, el que se alegra con nuestra alegría.
Cuando la amistad entre dos amigos es afirmada y reforzada por la amistad que ambos tienen con Cristo, se multiplica el gozo de ser amigos y se disfruta a un nivel más profundo de la realidad de serlo, porque la amistad forjada, basada y cultivada a la luz de Cristo y al calor de su unión con Él por la Gracia, se diría que está respaldada y, en cierta manera, financiada o asegurada por Él. De Cristo amigo se pueden decir muchas palabras, pero todas resultan no tan sólo pálidas sino muy poco certeras y nada acertadas para explicitar lo que de verdad se vive cuando se vive en contacto consciente, despierto y vivo con Él.
Después del osado atrevimiento de tratar de explicar lo inexplicable, debo de hablar de la amistad de amigo a amigo.
Cuando existe entre amigos una amistad verdadera, de tú a tú, los participantes de ella se conocen por dentro, aunque cada uno tenga distintas cualidades y mutuamente se las respeten, viven codo con codo los avatares del vivir, y lo que no viven juntos, lo reviven al tener la posibilidad de reunirse para dialogar y comentar lo vivido por uno solo. Se entienden con media palabra, con el gesto, con la mirada, porque cada sonrisa proclama cercanía y cada ademán define amistad.
La amistad es el mejor cauce de acercamiento y de comprensión de la persona. Es la forma más profunda de convivencia y la que hace de la convivencia una fiesta. El dialogar de tú a tú, sin que la más elemental precaución aconseje tener que emplear enojosos «filtros» para evitar malas interpretaciones; poder expresar lo que uno siente en lo hondo y en lo íntimo, sin temor a no ser escuchado y sin el recelo de no ser entendido al expresar sus sentimientos y pensamientos, esponja la vida, oxigena el convivir y lo hace más interesante, más agradable y más sabroso. En la amistad aflora el grado de autenticidad de cada vida singular. La comunicación es una experiencia y una actividad esencial de la vida humana, que cuando se realiza en el área interpersonal de una amistad sincera y profunda, adquiere una dimensión valiosa que motiva la vida y ayuda a encontrar el cauce adecuado para irse realizando hacia una siempre posible mayor plenitud.
Las personas de verdad amigas no son posesivas, lo que quieren es que el otro se mueva en libertad; sin darse cuenta los dos se impulsan mutuamente hacia lo mejor de cada uno y para cada uno.
Como todas las personas son diferentes, las circunstancias suelen ser también distintas, pero aún así, todos tenemos un determinado surco adonde no llega el agua de nuestra identificación personal, que es lo que a cada uno estorba más para ir logrando ser sí mismo y poder realizarse plenamente en su realidad.
Este surco adonde el agua no llega, solamente la amistad – amistad es capaz – consciente o inconscientemente – de aportarle el agua conveniente donde convenga, y lo realiza por una imparable fuerza similar a la de la gravedad, que actúa siempre sin ningún impulso externo, con naturalidad y sencillez, al ritmo del mismo vivir que, como la vida misma, tiene sus altibajos, pero termina siempre por flotar.
Toda amistad por esencia, exige un mutuo respeto al reducto interior de cada uno, donde tan sólo Dios y uno mismo tienen acceso. Esto es la zona de misterio que existe en el interior de cada persona que, por ser incomunicable e intraducible en palabras, tiene que ser siempre confiadamente supuesta y firmemente respetada. Esto no quiere decir que alguna circunstancia precisa no pueda aconsejar llegar hasta la misma frontera de dicho reducto, pero lo que suele decirse «tirar la manta», para intentar averiguar más de lo debido, puede dañar profundamente y hasta herir de muerte la amistad.
Cuando y donde existe una amistad verdadera, suele haberse recorrido con interés por ambas partes, el proceso corto o largo de hacerse amigos, acrisolado y acelerado al calor y al ritmo de frecuentes o espaciadas confidencias mutuas, siempre confortantes para ambos, donde las palabras brotan de la realidad personal de quien las emite, y son siempre escuchadas y acogidas con la unción y el respeto que la circunstancia comporta y la estima del otro exige. Pues el arte respetuoso y delicado de la confidencia, supone un cultivo atento, esmerado y detallista que reclama particular atención hacia el otro. Porque la amistad es precisamente apertura al otro, pero apertura siempre dinámica, confiada y fiada.
La amistad es uno de los mejores medios de personalización porque despierta, acrecienta y va completando la constitución de la persona.
El Clima de Amistad
Es por demás evidente que la amistad, no la hemos inventado nosotros, sino que existía mucho antes de la iniciación de los Cursillos de Cristiandad, pero también es cierto que la esencia de lo que los Cursillos son y pretenden, tan sólo puede captarse, entenderse, comprenderse y extenderse en un clima de profunda y verdadera amistad. Es doloroso que muchos pretendan aprender estudiando, lo que tan sólo amando se puede entender.
Aunque la amistad puede crecer y desarrollarse en cualquier lugar y situación, suele precisar de un clima apropiado para nacer y madurar, normalmente. Donde tan sólo se tiene una comunicación funcional o convencional es difícil, aunque no imposible, que aparezca y que llegue a feliz término una amistad verdadera, si bien en realidad la amistad nunca es finalista, pues su natural dinamismo genera continuamente más amistad.
Donde se reúnen personas a nivel de personas, esto es, por lo que son, no por lo que tienen, ni por lo que pueden, ni por lo que saben, la identificación amistosa de uno mismo es el primer paso para que cada uno despierte a su propia realidad, para que cada uno se concientize de ser sí mismo. Primero, dándose cuenta de sus cualidades y, segundo, no olvidando sus limitaciones y dificultades. Las primeras, para hacerlas rendir y aprovecharlas. Y las segundas, para intentar encajarlas y vencerlas.
El aceptarse como uno es, no supone nunca para nadie quedarse como está, pues el dinamismo de querer siempre ir a más forma parte de lo que configura y constituye la base de su mismidad como persona.
La persona vive, y al sentirse vivir, al darse cuenta de que vive, siente la imperiosa necesidad de dar a su vida un sentido.
Cuando se enfoca la vida desde el punto de vista de tener que dar cuenta de ella, se vive con ansia, con la intención tensa y puesta en el puntual y exacto cumplimiento de lo prescrito, pero lo genuinamente cristiano no es tener que dar cuenta de la vida, sino vivir dándose cuenta de que se vive, esto es vivir la vida con la ilusión de vivirla en plenitud y con sentido, porque se sabe muy bien que lo que se vive y como se vive, además de centrar la vida personal, revierte siempre en su entorno, facilita su expansión y propaga su contagio.
Evidentemente, cuando existe un clima de amistad colectiva que la hace propicia, y éste está orientado, clarificado y dinamizado por la vivencia personal del Cristo que se vive, se quiere vivir o que le duele a uno de verdad no vivirlo, el ambiente que se va creando impulsa a querer lograr tener un conocimiento más profundo de las personas, para no perderse la fascinante aventura de irlas conociendo como son, y de poder admirarlas en su decidido empeño de ir caminando, a pesar de las dificultades, hacia lo que quieren ser.
El Proceso de la Amistad
Casi siempre la amistad cristaliza mediante un proceso más o menos largo. No es muy frecuente que se de algo así como lo que se llama un flechazo, y que tenga lugar como una especie de flash que, de momento y súbitamente, ilumine a dos personas determinadas y que mutua y recíprocamente se sientan llamadas a una comunicación personal, íntima y profunda.
La amistad, aunque tenga su punto de partida concreto, es siempre la dilatación en el tiempo y en el espacio de la primera impresión recibida, del eco que ha producido en uno, la simpatía, la agudeza o la amabilidad intuida o manifestada por el otro.
Es difícil, por no decir imposible, tratar de saber la sucesión de actitudes que irán simplificando o complicando el proceso de la amistad interpersonal una vez iniciado. Los posibles malentendidos, los supuestos que a veces con demasiado optimismo se suponen, no esclarecer el punto lo que a uno le ha parecido menos claro en el comportamiento del otro, etc… todo esto puede obstaculizar o enredar el proceso natural de la amistad. Pero cuando se procura que flote por encima de todo la verdad de lo que va ocurriendo y la sinceridad para expresarlo y, sobre todo, cuando se obra con rectitud y se tiene la frescura de un corazón creyente y confiado, todas las dificultades se eliminan a la luz y al calor de las sucesivas y periódicas entrevistas confidenciales, que vienen a ser como los castilletes de un funicular, que al mantener tenso el hilo de la amistad, posibilitan una comunicación que afirma la convergencia de motivos y sabe comprender y tolerar amistosamente las siempre posibles y hasta saludables divergencias.
El Punto de Encuentro
La amistad nace siempre en un lugar geográfico concreto y suele ser fruto y consecuencia de una serie de circunstancias convergentes e influyentes. Ver en alguno o en algunos unas cualidades específicas que se parecen bastante a las de uno, o por el contrario descubrir y admirar en el otro las que él no tiene, suele ser algo que propicia la amistad. Por eso, a veces, la amistad surge espontánea y sincera entre personas de caracteres muy divergentes, pero que van descubriendo con gozoso asombro que se complementan y también, por el contrario, hay afinidades que parece que se reclaman mutuamente, y los que las poseen disfrutan de dialogar siempre sin cansarse jamás, por el gusto que tal cosa les produce, al percibir en el otro el eco de sus mismas aficiones y quimeras.
El Punto de Convergencia
Aquí no se hace referencia al lugar preciso donde la amistad nace y se desarrolla, sino al punto donde convergen las intenciones de los dos amigos, el tallo de la ilusión compartida que surge entre los dos y que produce en cada uno el contento y el gozo de saber que el otro existe y que le tiene en cuenta, esto es, que él cuenta para el otro, que él ocupa un lugar en su corazón, que figura en el horizonte de su existir, y la conciencia que de ello tiene le hace encontrar el mundo más bello, porque la amistad le hace contemplar la realidad desde una óptica distinta, es aquello de ver con ojos nuevos, las cosas de siempre. Esta novedad en el mirar descubre muchas cosas que él puede ver y que le resultan fascinantes, pero que el que no lo mira con el apasionado interés del que es de verdad amigo no puede captar por más que se empeñe.
Trayectorias
Cada persona es distinta, y es maravilloso que sea así, si todos fuéramos iguales, el mundo sería muy aburrido. Y aún es más maravilloso observar que cada uno, además de tener sus cadaunadas, tiene una trayectoria, una órbita concreta donde vive y se desarrolla su vivir, unas veces con una monotonía rutinaria, y otras con acontecimientos inesperados, que provocan reacciones muy distintas, según sea la disposición de cada cual; pero la amistad exige que cada uno sea piloto de su persona, para poder sacar a flote su potencial y emplearlo para ir conociendo, siempre un poco más y simultáneamente, su identidad y la del amigo, y ello reclama vivir despierto, porque para ir lográndolo, hace falta amor, hace falta fe, hace falta que uno, personalmente, la descubra y se abra a ella.
Es en ese encuentro cara a cara, de persona a persona, de tú a tú, donde el otro es conocido en su unicidad y en su singularidad, y donde los dos se empujan mutuamente siempre hacia un más arriba, que va ampliando y dilatando el panorama de posibilidades que siempre posibilita la amistad cuando es verdadera.
Amistad Para
La amistad «para», no es amistad. La amistad para serlo, no admite ninguna finalidad más que la amistad misma. Si la amistad se instrumentaliza, se desnaturaliza, pierde su esencia y se vuelve y se transforma en algo muy distinto y hasta contrario a ella misma.
A la amistad no se la puede materializar ni cotizar porque pertenece a las cosas que no tienen precio y que solamente se pueden captar y entender por la vía del aprecio. El aprecio que tenemos a una cosa por nosotros entrañablemente apreciada es siempre personal e intransferible, y muchísimo más lo es el aprecio que nos inspira una persona que de verdad queremos. Es algo que confronta con el misterio incomunicable que en el fondo es cada uno, y que como hemos dicho ya, debe de ser siempre respetado. Querer cuantificar y verificar el afecto de un amigo para querer saber a que cota de generosidad estaría dispuesto a llegar por mí, es síntoma claro de desconfianza.
No obstante, la amistad, cuando es auténtica, sabe intuir la necesidad o la carencia del otro mucho antes de que este otro tenga que pasar por el enojoso trance de tener que manifestársela.
Cuando esto pasa y los dos juegan limpio, no por eso se erosiona la amistad. Porque todo tiene arreglo cuando hay transparencia de intenciones y ninguno de los dos olvida que «amigo es aquel ante el cual se puede pensar la vida en voz alta».
Cuando una circunstancia utilitaria determinada pone a prueba la amistad materializándola irremediablemente, ésta puede ser el crisol para templarla o el inicio de un proceso de desengaños en cadena.
Evidentemente no es lo mismo ser amigo, tener amigos que servirse de los amigos, porque entonces es ya amistad «para», por lo que deja de ser amistad.
Cuando un amigo de verdad que intenta obrar con nobleza y buena voluntad, y la ha supuesto siempre en el otro, se va dando cuenta que el otro, no tan sólo no le corresponde, sino que los hechos le van manifestando que la intención del amigo es otra, entonces la amistad se enfría y algo se derrumba en su interior. Sus resortes vitales se aflojan, palidece la ilusión. No es bueno entonces, como no lo es nunca para un cristiano, dejar de portarse como tal. En estos momentos es oportuno recordar que las dificultades son para desvanecer nuestras falsas virtudes, que las crisis, cuando el espíritu está pronto, pueden muy bien ser de crecimiento y de avance, que el orgullo es hacerse un poquito menos que lo que Dios quiere que seamos, que el dar la otra mejilla, no significa recibir una segunda bofetada, y que los remiendos de Dios son mejores que sus obras nuevas.
Cuando la amistad de los amigos está enraizada en Cristo, se encuentra siempre el camino de la ansiada solución. Si bien tampoco es bueno esperar que la amistad se hay reducido a cenizas para que la amistad, como el ave fénix, resucite de ellas. La amistad, como la caridad, es ingeniosa y a veces una expresión que signifique que nada se ha perdido, ni siquiera el buen humor, puede hacer renacer la ansiada disposición perdida que los dos, en el fondo, desean recobrar.
Amistad Pura
La amistad para ser amistad, ha de ser desinteresada, ha de ir siempre a fondo perdido. Cuando se hace inventario de lo ingresado en la cuenta de la amistad, es que hay o ya ha habido una liquidación. Una liquidación de la amistad.
Tal cosa, sobre todo si la amistad ha sido tal, es algo enormemente doloroso, porque la amistad por su misma esencia tiende siempre a ir a más, es como el cristal: cuando se va calentando poco a poco llega a hacerse moldeable y hasta liquido, pero si se invierte el proceso, se quiebra.
Siempre contando con sus más y sus menos, como en todo lo humano, la amistad es un descubrimiento mutuo y continuo de nuevas cualidades que permiten vivir el asombro de lo nuevo, al verlas hechas vida en la vida del amigo. Por eso entre amigos siempre hay algo que contar, que comentar, que dialogar y por eso también las conversaciones se alargan, las despedidas no terminan nunca, y las más de las veces hasta tienen un apéndice telefónico. Nada de esto puede ser impuesto desde fuera, en la amistad no hay puesto para lo impuesto.
Desde siempre venimos diciendo en Cursillos, que el árbol de la amistad no puede plantarse o cultivarse ni por sus frutos ni por su sombra, sino por el gozo de que existan más árboles, por la alegría de saber que existen, por el placer de su compañía, porque su sola presencia crea cercanía.
La amistad no soporta más adjetivos que los que la empujan hacia arriba. Admirar al amigo no es adularle, sino ayudarle en lo que sabemos bien quiere llegar a ser. La amistad es caridad atenta comunicada con deferencia y unción, detalle a detalle. La amistad es un arte, el arte de vivir sabiendo amar, porque el amor vive del pormenor y procede microscópicamente, con prodigalidad serena y delicada fineza.
Anclaje
La estructura de la vida, en lo que tiene de más propio, depende del tejido de relaciones personales que la integran. Y esta integración la produce la amistad que, como todo, está expuesta a los mil avatares que supone el vivir. Unas veces los vientos le son propicios y otras, por el contrario, hay que saber afrontar con valentía las siempre posibles tormentas.
Cuando la amistad está cortada y anclada en unas vidas que saben valorar los valores a la luz del valor que más vale, y Cristo y lo cristiano no es para ellos un molde al que hay que amoldarse quieras que no, sino una amorosa invitación a ser levadura para que lo cristiano fermente la realidad, el dinamismo de esta misma amistad impulsa a nuevas aventuras.
Proyección
Cuando la amistad es viva y activa en la mente y en el corazón de una colectividad, y los que la integran viven el gozo de sentirse física y mentalmente cerca unos de otros, y la palabra «nosotros» tiene una significación íntima porque se comparte con gozo la satisfacción de tener un mismo motivo, y cada conducta tiende a intentar transparentar el ideal que les aglutina, la misma realidad de los hechos obra con un empuje irresistible y se convierte en el más eficaz elemento de contagio.
Objetiva
Cuando lo cristiano hace exclamar a muchos «cómo se aman» y los cristianos que motivan tal expresión, al oírla, en lugar de envanecerse, se esfuerzan para que los que lo dicen lleguen a saber algo todavía más fascinante, que es comprender porqué nos amamos, lo cristiano va centrando vidas, aderezando conductas y concientizando despistes. Una vez más en la historia los cojos andan, los sordos oyen y los ciegos ven.
Subjetiva
Hoy en día tal vez la lectura más actualizada del amor al prójimo, sea hacerse amigo del cercano. En general nos manifestamos muy sensibles al hambre que se padece en el mundo, a las injusticias de todo tipo que padece la humanidad, a la falta de trabajo, a la drogadicción, a las inconcebibles guerras y violencias que tienen lugar en países lejano etc. y no siempre nuestra situación, la que nos viene dada, nos permite una colaboración tan eficaz como nuestro corazón reclama. Esto es sin duda bueno, pero a veces lo que tan sólo podemos arreglar a distancia con nuestra oración o con nuestra aportación económica, nos desplaza de lo que sí necesita, y con urgencia, nuestra intervención personal. Y esto es la gente que tenemos cerca. Tal vez bajo el mismo techo hay alguien que necesita de tu actitud de escucha, de comprensión y hasta de cariño y de ternura si se trata de la esposa, de los hijos, de los padres, de los hermanos. A los amigos, a los vecinos, a todos, si somos de verdad cristianos, ha de llegar algo de nuestra visión y de nuestro ánimo por medio de la amistad. No intentando infiltrarla con sermones morales y paternales, sino dejando simplemente que se filtre en nuestro actuar.
La Amistad con Uno Mismo
Ser cristiano, antes que otra cosa, exige aceptarse como uno es. Ser amigo de sí mismo. Sin esta disposición, se corre el riesgo de que el contacto con Cristo derive hacia un misticismo desencarnado, donde puntúe más el comportamiento que la convicción. Y el contacto con los hermanos – sobre todo con los más necesitados – le convierta a uno en activista franco – tirador que le sobre todo lo que no es él, para arreglar el mundo: la iglesia, los sacramentos, los sacerdotes, etc.
La Amistad con Cristo
Ser cristiano, ser amigo de Cristo, hoy en día que se han acortado tanto las distancias y viven tan distanciadas las personas, conlleva facilitar ámbitos que posibiliten la comunicación. Primero y siempre que sea posible, con los más allegados, pero después o simultáneamente, hacia los alejados, hacia aquellos que, como dice el libro de los «Hechos» no conocen todavía el Espíritu Santo, porque nadie les ha hablado de él, los mal informados, los desinformados, los no informados, etc.
Necesitamos de todos ellos para comunicarles que somos hermanos, y sobre todo también – lo hemos comprobado mil veces – porque cuando esta clase de gente capta el núcleo de lo evangélico, el mensaje de lo fundamental cristiano, cuando se dan cuenta de que Dios en Cristo les ama, y que no vino al mundo para amargarles la fiesta del vivir, sino para que el vivir fuera para todos un fiesta, se entregan de verdad y los que un día fueron meta de nuestro deseo y blanco de nuestra oración, llegan a ser no pocas veces nuestro ejemplo y nuestro acicate.
Esto de que lo cristiano sea una fiesta, o que lo pueda llegar a ser, quizá difícilmente lo puedan captar los que, obsesionados por una visión sectorizada de la realidad, piensan que los hombres tan sólo están y se sienten oprimidos por razones político – económicas.
Desgraciadamente podemos ver que existen problemas que tal vez produzcan y provoquen más opresión, y no es precisamente ahora el momento oportuno para hacer un inventario de ellos.
Lo que importa es que los cristianos, en lugar de lamentarnos, nos concienticemos del cometido que estamos llamados a desempeñar, precisamente por ser cristianos.
El mundo está evolucionando. La especie humana empieza a vivir como «humanidad» el proceso de planetización. La telecomunicación nos da la vivencia simultánea en toda la tierra. Se impone una nueva perspectiva, pero sabemos bien que, como siempre, Dios Espíritu Santo está en todo: en el impulso hacia el futuro, en el salto hacia lo nuevo, en el trauma que pueden producir algunas sacudidas fuertes.
Hoy uno de los más graves problemas es el paro, muy pronto va a ser el ocio, y más tarde no lo sabemos. Lo que importa es que los cristianos que queremos serlo de verdad, vayamos comprendiendo que hemos de aceptar, no tan sólo con esperanza, sino con optimismo y hasta con convicción apasionada, los continuos cambios que la vida impone. El oleaje de la historia nos cambia la decoración y esto exige retos inéditos a nuestra decisión y a nuestra constancia, pero de ninguna manera pueden ser motivo para que cedamos a la tentación de cambiar de embarcación y de brújula.
Pase lo que pase, no nos tiene que hacer olvidar que hay verdades que no cambian, que no pueden cambiar, porque de su firmeza y de su arraigo en el corazón del hombre depende lo único que puede hacerle evolucionar a él, y con él a todo lo que de él depende, para que con criterio certero sepa y pueda emplear su libertad para experimentar la aventura de ir siendo persona.
Y ser persona es afirmarse y afincarse en el verdadero «porque» del existir y no sucumbir ante la multitud de «como» que el mundo ofrece al hombre de hoy para desorientarle, para hipotecarle, para acelerarle la inmediatez de su vivir, para ahogarle con compromisos insustanciales que, al banalizarle su visión, le achatan el horizonte; en definitiva: para manipularle.
Evidentemente el hombre no ha sido pensado para sentirse solamente dichoso y feliz cuando no piensa, sino porque la facultad de pensar le ayude a conocer el sentido de la vida y lo formidable que es vivir.
Porque ser persona es querer ser uno mismo, y ser uno mismo es saber que la vida tiene su finalidad, su sentido, su razón de ser, su «por qué», su «para qué» y su «hacia adónde». Y sólo Cristo, camino, verdad y vida responde plenamente y de verdad a este planteamiento.
Y se avance lo que se avance, si no se avanza en la misma dirección del que es el CAMINO, a la luz de su VERDAD y al dinamismo de su misma VIDA, en nosotros y en los otros, la humanidad no podrá evolucionar porque para hacerlo necesita que los hombres tengan un «porque», creíble, posible, verdadero, humano, fraternal, unificador, atractivo, fascinante, esclarecedor, capaz de dar cauce y sentido al maravilloso y espléndido hecho de existir, de vivir, de desvivirse no por algo, sino por ALGUIEN del que tenemos la experiencia vital de que, hagamos lo que hagamos por Él, Él se nos ha adelantado, porque nos ha amado primero.
Lo que importa es que vayamos comprendiendo que nuestra amistad con Cristo ha de transparentarse con nuestra actitud amistosa hacia los demás, ya que no dudamos que es la amistad la que puede producir la energía que puede mover a los hombres y a las mujeres que, por ser cristianos, están llamados a ser fermento para cambiar la realidad; cosa sin duda posible, si cada uno resuelve empezar por si mismo.
Eduardo Bonnín