FER VOLAR COLOMS 

Confieso que no sabía lo que significaba la expresión FER VOLAR COLOMS, y me he permitido jugar con las palabras, después de que alguien me contó el significado que Eduardo daba a la expresión.

FER VOLAR COLOMS (“Hacer volar palomas”) es una expresión de todo un canto a la libertad, que significa más o menos, dejar volar la imaginación, divagar, hablar de proyectos inviables, de pretensiones futuras, lanzar las ilusiones y los sueños que… algún día se pueden hacer realidad.

FER es HACER y el cristiano no puede solo estar o ser, sino que tiene que hacer, que proyectarse hacia los demás porque solo crecemos en el corazón de otras personas. Es lo que pretende el cursillo, que el cristiano fermente sus ambientes, el ENCUENTRO CON LOS HERMANOS a través de la amistad, para hacerles saber que Dios en Cristo les ama.

VOLAR es un sueño al que el hombre nunca renunció, durante siglos volar fue sinónimo de SOÑAR., etc. Y lo sigue siendo cuando empleamos la expresión “dejar volar la imaginación”. Lo cierto, como dice Carl Jung, es que el que mira hacia fuera, sueña; y el que mira hacia dentro (es decir, busca en su interior), despierta. Es lo que en Cursillos llamamos el ENCUENTRO CON UNO MISMO, también recogido en la introducción a la Guía del Peregrino cuando dice: “Unos hombres con ayuda de la ciencia y el apoyo económico, han recorrido la distancia que hay de la piel del hombre a la Luna; nosotros intentamos algo inmensamente más difícil: llegar desde la piel del hombre a dentro del hombre”.

COLOMS son palomas, un símbolo de paz (la paloma de la paz) aunque nosotros en Cursillos vivimos rodeados de GAVIOTAS, que representan la GRACIA ACTUAL, que es como una luz, un chispazo. La historia, que siempre narra el Padre José Luís López, cuenta la agonía de unos soldados náufragos en una pequeña barca sin agua potable ni alimento, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando a uno de ellos muy creyente, se le posó una gaviota mientras estaba rezando. La atrapó con la mano, con sus huesos hicieron anzuelos y con sus entrañas pescaron; de esta forma, sobrevivieron durante un tiempo hasta que fueron rescatados. Dios permanentemente nos envía gaviotas que debemos reconocer y aceptar, para que la Gracia de Dios se encuentre con la libertad del hombre. Es lo que en Cursillos llamamos el ENCUENTRO CON DIOS.

En cualquier caso, nosotros, desde nuestro carisma, que no es otro que el Carisma de Eduardo (porque un carisma es un don o regalo, que se da a una persona concreta, en beneficio de todos los demás y reconocido por la Iglesia), tenemos que seguir profundizando en la definición del Cursillo cuando dice que: es comunicar la mejor noticias: que Dios nos ama; por el mejor medio: la amistad; y dirigido a lo mejor de cada uno, que es su ser de persona.

Hemos de vivir de que Dios nos ama. Si cambiamos el orden, la vida se hace muy pesada, un poco “moralista”. Y no es que no haya que amar a Dios. ¡Claro que sí! Pero el comienzo de la vida cristiana es el amor que Dios nos tiene, y esto es lo que contemplamos en la Cruz y se nos explica en el Cursillo.

Tener claro que el amor de Dios es una PRESENCIA (descubrir el amor de Dios como presencia en la persona), no una IDEA. Ello nos lleva a una actitud de alegría. Hay que contagiar (esta alegría), no convencer.

El Cursillo va por la vía de la amistad. El cristianismo es convivencia, comunidad… es comunicarse con el otro en tanto que es persona (dirigido a su ser de persona) no por sus cualidades concretas o su posición social, sino porque es él, porque es alguien. Esto es lo genuinamente cristiano, es la clave que diferencia al cristiano, estar dispuesto a tratar como persona a cualquier hermano. Ya nos dice Simone Weil que “cuando quiero saber si alguien es creyente, no escucho en primer lugar lo que me dice de Dios, sino cómo me habla del hombre”.

Pero con frecuencia, los cristianos apenas pensamos en escuchar y dejarnos enseñar por aquellos que no comparten nuestra fe, los más alejados, que a veces son los más próximos. Hemos de respetar sinceramente su postura. Lo que siempre podemos compartir es la experiencia humana. Un proverbio mexicano dice que todos los hombres estamos hechos del mismo barro, pero no del mismo molde.

Aunque muchas son las formas de amistad, y la amistad es la forma más profunda de relación de los seres humanos, el único y verdadero amigo es Jesús de Nazaret.
¿Por qué? Porque Jesús nunca falla, porque con el testimonio de su vida nos dejó resueltos todos los problemas en el Evangelio, porque no elude ninguna polémica; Jesucristo contesta a todos, remata y juega todos los balones que le llegan, y nos deja un mensaje de amor, de confianza y de esperanza en un Reino de Dios que tiene que ser vivido ya en esta vida, porque el viaje de la vida es la recompensa.

El Evangelio no es un compendio de normas (que debemos cumplir a rajatabla), sino que nos inicia en el camino de la fe, del criterio y del sentido común. Y siempre que flaqueamos, y acudimos al Evangelio, encontramos la solución a nuestro problema, una solución siempre balsámica.

Ahora bien, la clave de esta amistad con Jesucristo es la fe: lo que más conmueve a Cristo es la fe en su persona. Cristo premia siempre la fe en su persona, y cuando curaba a los enfermos nunca se atribuía a sí mismo las curaciones: “tu fe te ha salvado”.

En estos momentos de zozobra, de falta de confianza en uno mismo y en los demás, me gustaría transmitir un mensaje de esperanza y de fe. La FE requiere entreno y el entreno (estar entrenado y en forma) da confianza, como corrobora San Ignacio al decirnos “realiza actos de fe y la fe vendrá”.

DE COLORES
Guillermo Dezcallar

El sembrador

Comentario:P. Julio César RAMOS González SDB (Mendoza, Argentina)

«Una vez salió un sembrador a sembrar»

Hoy, Jesús —en la pluma de Mateo— comienza a introducirnos en los misterios del Reino, a través de esta forma tan característica de presentarnos su dinámica por medio de parábolas.

La semilla es la palabra proclamada, y el sembrador es Él mismo. Éste no busca sembrar en el mejor de los terrenos para asegurarse la mejor de las cosechas. Él ha venido para que todos «tengan vida y la tenga en abundancia» (Jn 10,10). Por eso, no escatima en desparramar puñados generosos de semillas, sea «a lo largo del camino» (Mt 13,4), como en «el pedregal» (v. 5), o «entre abrojos» (v. 7), y finalmente «en tierra buena» (v. 8).

Así, las semillas arrojadas por generosos puños producen el porcentaje de rendimiento que las posibilidades “toponímicas” les permiten. El Concilio Vaticano II nos dice: «La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega» (Lumen gentium, n. 5).

«Los que escuchan con fe», nos dice el Concilio. Tú estás habituado a escucharla, tal vez a leerla, y quizá a meditarla. Según la profundidad de tu audición en la fe, será la posibilidad de rendimiento en los frutos. Aunque éstos vienen, en cierta forma, garantizados por la potencia vital de la Palabra-semilla, no es menor la responsabilidad que te cabe en la atenta audición de la misma. Por eso, «el que tenga oídos, que oiga» (Mt 13,9).

Pide hoy al Señor el ansia del profeta: «Cuando se presentaban tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo soy llamado con tu Nombre, Señor, Dios de los ejércitos» (Jr 15,16).

Homilía del papa Francisco en Santa Marta

Viernes, 5 de julio de 2019

El verdadero amor es amar y dejarme amar. Es más difícil dejarse amar que amar. Por eso es tan difícil llegar al amor perfecto de Dios, porque podemos amarlo, pero lo importante es dejarnos amar por Él. El verdadero amor es abrirse a ese amor que está primero y que nos provoca una sorpresa. Si vos tenés sólo toda la información, estás cerrado a las sorpresas. El amor te abre a las sorpresas, el amor siempre es una sorpresa, porque supone un diálogo entre dos: entre el que ama y el que es amado. Y de Dios decimos que es el Dios de las sorpresas, porque Él siempre nos amó primero y nos espera con una sorpresa. Dios nos sorprende. Dejémonos sorprender por Dios. Y no tengamos la psicología de la computadora de creer saberlo todo. ¿Cómo es esto? Espera un momento y la computadora tiene todas las respuestas: ninguna sorpresa. En el desafío del amor, Dios se manifiesta con sorpresas.
Pensemos en san Mateo. Era un buen comerciante. Además, traicionaba a su patria porque le cobraba los impuestos a los judíos para pagárselos a los romanos. Estaba lleno de plata y cobraba los impuestos. Pasa Jesús, lo mira y le dice: Ven, sígueme. No lo podía creer. Si después tienen tiempo, vayan a ver el cuadro que Caravaggio pintó sobre esta escena. Jesús lo llama, le hace así. Los que estaban con él dicen: ¿A éste, que es un traidor, un sinvergüenza? Y él se agarra a la plata y no la quiere dejar. Pero la sorpresa de ser amado lo vence y sigue a Jesús. Esa mañana, cuando Mateo fue al trabajo y se despidió de su mujer, nunca pensó que iba volver sin el dinero y apurado para decirle a su mujer que preparara un banquete. El banquete para aquel que lo había amado primero, que lo había sorprendido con algo muy importante, más importante que toda la plata que tenía. ¡Déjate sorprender por Dios! No le tengas miedo a las sorpresas, que te mueven el piso, nos ponen inseguros, pero nos meten en camino. El verdadero amor te lleva a quemar la vida, aun a riesgo de quedarte con las manos vacías. Pensemos en san Francisco: dejó todo, murió con las manos vacías, pero con el corazón lleno.
¿De acuerdo? No jóvenes de museo, sino jóvenes sabios. Para ser sabios, usar los tres lenguajes: pensar bien, sentir bien y hacer bien. Y para ser sabios, dejarse sorprender por el amor de Dios, y andá y quemá la vida.

Homilía del papa Francisco en Santa Marta

Domingo, 30 de junio de 2019

En  el Evangelio de hoy (cfr. Lc 9,51-62) San Lucas da inicio al relato del último viaje de Jesús a Jerusalén, que culminará en el capítulo 19. Es una larga marcha no solo geográfica y espacial, sino espiritual y teológica hacia el cumplimiento de la misión del Mesías. La decisión de Jesús es radical y total, y cuantos le siguen están llamados a medirse por ella. El Evangelista nos presenta hoy tres personajes –tres casos de vocación, podríamos decir– que aclaran cuánto se pide a quien quiera seguir a Jesús a fondo, totalmente.

El primer personaje le promete: «Te seguiré adonde quiera que vayas» (v. 57). ¡Generoso! Pero Jesús responde que el Hijo del hombre, a diferencia de las zorras que tienen sus madrigueras y los pájaros que tienen sus nidos, «no tiene dónde reclinar la cabeza» (v. 58). La pobreza absoluta de Jesús. Jesús, de hecho, dejó la casa paterna y renunció a toda seguridad para anunciar el Reino de Dios a las ovejas perdidas de su pueblo. Así Jesús nos indica a sus discípulos que nuestra misión en el mundo no puede ser estática, sino itinerante. El cristiano es un itinerante. La Iglesia por naturaleza está en movimiento, no se queda sedentaria y tranquila en su recinto. Está abierta a los más vastos horizontes, enviada –¡la Iglesia es enviada!– a llevar el Evangelio por las calles y llegar a las periferias humanas y existenciales. Ese es el primer personaje.

El segundo personaje que Jesús encuentra recibe directamente de Él la llamada, pero responde: «Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre» (v. 59). Es una petición legítima, fundada en el mandamiento de honrar al padre y a la madre (cfr. Ex 20,12). Sin embargo Jesús replica: «Deja que los muertos entierren a sus muertos» (v. 60). Con estas palabras, claramente provocativas, pretende afirmar el primado del seguimiento y del anuncio del Reino de Dios, incluso sobre las realidades más importantes, como la familia. La urgencia de comunicar el Evangelio, que rompe la cadena de la muerte e inaugura la vida eterna, no admite retrasos, sino que requiere prontitud y disponibilidad. Así pues, la Iglesia es itinerante, y aquí la Iglesia es decidida, actúa de prisa, al momento, sin esperar.

El tercer personaje quiere también seguir a Jesús pero con una condición: lo hará después de ir a despedirse de sus parientes. Y este oye decir al Maestro: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios» (v. 62). Seguir a Jesús excluye lamentos y miradas atrás, requiere la virtud de la decisión.

La Iglesia, para seguir a Jesús, es itinerante, actúa en seguida, de prisa, y decidida. El valor de estas condiciones puestas por Jesús –vida itinerante, prontitud y decisión– no está en una serie de “noes” dichos a cosas buenas e importantes de la vida. El acento, más bien, se pone en el objetivo principal: ¡ser discípulo de Cristo! Una elección libre y consciente, hecha por amor, para corresponder a la gracia inestimable de Dios, y no hecha como un modo de promoverse a uno mismo. ¡Es triste esto! Ay de los que piensan seguir a Jesús para subir, para hacer carrera, para sentirse importantes o conseguir un puesto de prestigio. Jesús nos quiere apasionados de Él y del Evangelio. Una pasión del corazón que se traduce en gestos concretos de proximidad, de cercanía a los hermanos más necesitados de acogida y de atención. Justo como Él mismo vivió.

Que la Virgen María, imagen de la Iglesia en camino, nos ayude a seguir con alegría al Señor Jesús y a anunciar a los hermanos, con renovado amor, la Buena Noticia de la salvación.

Ángelus. Domingo, 30 de junio de 2019