Archivo por meses: marzo 2014

Día de la amistad

El día viernes 14 de febrero el Secretariado organizó una cena bailable para celebrar el Día de la amistad. Participamos muchos especialmente amigos cursillistas que no asisten con regularidad a las actividades. Estos amigos con sus familias vieneron a alegrarnos más la fiesta, porque siempre será un gusto tenerlos entre nosotros y compartir los alimentos, la música y el baile entre amigos.
Siempre tenemos presente que los que no pueden llegar tienen sus razones y recordando un poco lo que decía Eduardo Bonnín, Fundador de los Cursillos de Cristiandad, «la vida es más bonita cuando estás tú»

Gracias a todos los presentes por manifestar su amistad.

Compartimos algunas de las fotos tomadas durante la fiesta de la amistad.

René en las nueves con la música Todos escuchando el concierto Pedro atento Esteban y Yany con la guitarra El P. Edgar dirigiendo el coro El coro oficial Deleitándonos con su violín

Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)

Index

Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?

La gracia de Cristo

Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «…para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).

Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.

Nuestro testimonio

Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.

A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.

Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.

Vaticano, 26 de diciembre de 2013

Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir

FRANCISCO

Fuente: Libreria Editrice Vaticana

Rollo de la Escuela de Dirigentes por Carlos Mántica

Pero sobre todo, el crecimiento del cursillista requiere la Escuela de Dirigentes. No hablo, desde luego, de las sesiones de Escuela, donde pueden impartirse cursos por demás edificantes, sino de la Escuela de Dirigentes que recoge “Ideas Fundamentales”, y que refleja la mentalidad de Cursillos de siempre. Hablo de la Escuela como “un grupo de Dirigentes que, en clima de Reunión de Grupo, buscan estar cada día más centrados, más comprometidos y más conjuntados, para acelerar, en sí mismos y en los demás, la vivencia de lo fundamental cristiano”. Hablo, pues, de un grupo de Dirigentes que, por estar más comprometidos con Cristo y con los Hermanos, quieren, y porque están más centrados, pueden, y que, si están conjuntados, logran elevar el “standard” de vida cristiana de cada uno y de la Comunidad Ultreya.

Y con esto llegamos a lo que considero la parte más esencial de este Rollo. Sin duda, la mayoría de ustedes han hecho un Cursillo de Cursillos, y, sin duda, recordarán que el Cursillo de Cursillos termina con un Rollo, que el rector suele decir es el más importante de todos porque, sin ello, el Cursillo de Cursillos no tendrá los frutos que debe tener. Es donde se propone, como solución a todos los problemas de Cursillos, el salto desde la estructura a la persona. Y en donde se enumeran y explican las funciones del dirigente, que, sin duda, todos recordamos. Estas funciones son: conocer, situar, iluminar y acompañar.

¿Conocer, situar, iluminar y acompañar a quién? A la persona. Conocer a cada persona concreta; situar a cada persona concreta, iluminar a cada persona concreta y acompañar a cada persona concreta. Preguntémonos, sin embargo, de qué se habla hoy; ¿en qué se piensa hoy en muchos de nuestros Secretariados? ¿En el calendario de Cursillos? ¿En las Finanzas? ¿En las publicaciones?

¿Qué se evalúa en la Escuela? El acto de la Ultreya, la calidad de las vivencias; la centración de la Ultreya; el contenido del curso, las verdades, la técnica, los Rollos. ¿De qué se preocupa el Dirigente? ¿Del Rollo que se le asignó para el próximo Cursillo o de qué dirá en la visita que cree dirigir en la siguiente Ultreya?  pag 88

LO QUE INTERESA A LA PERSONA.

No quiero abundar en esto porque únicamente pretendo señalar la necesidad absoluta de un cambio de mentalidad hacia la verdadera mentalidad de Cursillos; la necesidad del paso de una mentalidad funcional, donde lo que interesa son las estructuras y sistemas, las actividades y las funciones, a una mentalidad pastoral, donde lo que interesa es la persona. Y cada persona concreta. Esa mentalidad es la verdadera mentalidad de Cursillos.

Al hablar de la finalidad de los Cursillos, decimos que éstos no apuntan directamente a la estructura, sino que se centran primariamente en la persona. En el Precursillo interesa la persona: su personalidad, su disposición, su circunstancia. En el Cursillo interesa la persona. De ahí la llamada labor de pasillo. Cuando definimos como un grupo de personas que convergen en determinado tiempo y lugar. El Grupo es un grupo de personas. Lo importante no es la reunión, sino las personas que se reúnen. Lo importante de la Ultreya son las personas. “No interesa que el acto salga bien, sino que las personas salgan mejor”, solemos decir. La Escuela no es el lugar ni la reunión, sino las personas que la integran, un grupo de personas comprometidas, centradas y conjuntadas para acelerar en sí mismas y en los demás la vivencia de lo fundamental cristiano. Finalmente, el Secretariado es también un Grupo, reunión de Grupo en la cumbre, reunión de personas al servicio de personas. A cristo no le interesa el mundo, sino cada persona concreta, porque el mundo acabará, pero las personas, no. Desde siempre fue “slogan” de Cursillos aquella frase de Chesterson, que “para enseñar latín a Juan, lo importante no es saber latín, sino conocer a Juan”.

La literatura de Cursillos ofrece a la persona – a cada persona – dos elementos que son necesarios para su crecimiento.

1°. Unas funciones que el dirigente debe realizar c on cada persona que ha hecho el Cursillo, y

2°. Un temario o esquema de las verdades y de las á reas, en la vida de la persona, que el Dirigente debe consolidar mediante un tratamiento individual. Las funciones se señalan en el Cursillo de Cursillos, y se explican ampliamente en “ Vertebración de Ideas”.

Son como hemos dicho ya, las funciones de
• Conocer,
• Situar,
• Iluminar y
• Acompañar.

Estas son las funciones; pero ¿cuál es el contenido de ese tratamiento individual? ¿Qué verdades se supone que han de hacerse vida, o qué áreas de la vida se supone que deben consolidarse durante ese conocer, situar, iluminar y acompañar?

Lo que estoy pretendiendo señalar es simplemente que el Dirigente, para realizar sus funciones de conocer, situar, iluminar, y acompañar, necesita igualmente de una visión, de un plan de crecimiento, para llevar al cursillista desde donde está, hasta donde Dios quiere que esté.

Necesitamos buscar maneras aptas para realizar este tratamiento individual. Conozco diversas fórmulas o maneras, que se han experimentado en diversas partes del mundo, pero no se trata ni de señalar, ni de recomendar ninguna de ellas. Trato simplemente de señalar que nuestra responsabilidad con cada cursillista, incluye el compromiso de un cuerpo colegiado de dirigentes que, mediante unas funciones y conforme a una visión o contenido de lo que tal crecimiento supone, vaya iluminando y acompañado su crecimiento hasta llevarlo a una auténtica madurez, al tiempo que se le permite que se sitúe, iluminando su camino, en el lugar que Dios reservó para él, como asiento numerado, en el mundo y en la Iglesia.

Sintetizando lo dicho, creo que nos daremos cuenta:

Primero, de que no debemos evadir, a riesgo de ser incongruentes, la responsabilidad o la obligación de Cursillos, de cumplir con su finalidad misma que en forma inmediata ha sido definida como el procurar la progresiva conversión integral de la persona.

Segundo, que para este crecimiento, cada una de las estructuras de Cursillos (Reunión de Grupo, Ultreya; Secretariado, y  90 Escuela) juegan un papel complementario, de modo que no pueda prescindirse de ninguna de ellas sin poner en peligro el logro total.

Tercero, que al mismo tiempo en cada una de estas Estructuras, es decir, a nivel de Reunión de Grupo, a nivel de Ultreya y a nivel de Escuela y Secretariado, son los Dirigentes quienes, como cuerpo colegiado e individualmente, están supuestos a enseñar latín a Juan, porque conocen a Juan, y pretenden iluminarlo conforme a un contenido, conforme a un plan concreto de desarrollo, acompañándolo en este peregrinar, hasta dejarlo situado en el lugar del mundo y de la Iglesia, que Dios nuestro Señor, con ilusión infinita, planteó un día para él.